jueves, 8 de enero de 2015

Terrorismo y generalizaciones, una mala costumbre



Los que hemos conocido en años pasados y de cerca, en nuestra vida cotidiana, la presencia del terrorismo sabemos lo fácil –e injusta- que es la generalización. La violencia de ETA hacía sospechoso de terrorista a cualquier vasco –incluido cualquier navarro, se considerase a sí mismo vasco o no-. Proceder de alguna de las cuatro provincias sospechosas era motivo, en el servicio militar, para quedar excluido de determinados destinos que implicaran el manejo de explosivos o la adquisición de otras habilidades igualmente peligrosas. Conducir por cualquier carretera española un coche con matrícula de esas provincias era garantía de ser detenido en todos los controles policiales y de ser sometido a los correspondientes interrogatorios y registros. Por dejar aparcado durante dos días en Madrid mi coche con matrícula de San Sebastián casi me lo vuelan los artificieros, me libré al llegar a recogerlo justo cuando estaba rodeado por un cordón policial. La identificación entre vascos y terroristas era moneda común entre los extremistas de ambos lados. Una vez, sentado en una terraza en León, oí casualmente una conversación donde un sujeto bramaba contra todos los vascos y proponía barrerlos del mapa con una bomba atómica. Los etarras estaban encantados de que se les tuviera por legítimos representantes de todo el pueblo vasco y estaban empeñados en hablar como tales. ETA dejó de matar, afortunadamente, pero otros siguen empeñados en hacerlo con mucha mayor ferocidad y esgrimiendo otros motivos y sigue habiendo muchos aficionados a las generalizaciones más simplistas. Todos los musulmanes son fanáticos, los musulmanes son violentos, los musulmanes son terroristas. Los salvajes que entraron a tiros en la redacción de Charlie Hedbo, igual que los que se inmolaron en las Torres Gemelas de Nueva York o los que pusieron las bombas del 11-M en los trenes de Atocha, o tantos otros, vienen a decir, no son sino ejemplo de cómo son todos los musulmanes. Supongo que ante afirmaciones o insinuaciones como estas los terroristas yihadistas estarán también encantados, viéndose reconocidos como los legítimos representantes del verdadero Islam aunque los mil quinientos millones de musulmanes que hay en el mundo ni los hayan elegido, ni los justifiquen, ni compartan su fanatismo, ni suelan tener la costumbre de matar. Pero los extremos, siempre, se tocan.